Recientemente escribí un par de notas sobre la Gran Renuncia (The great resignation) y algunas ideas acerca de cómo retener el talento. Hoy día escribo sobre un tema relacionado, pero que tiene que ver más con lo que ocurre en el interior de las personas.

Me refiero a la renuncia silenciosa, tema que se ha vuelto viral en los últimos tiempos pero que no es reciente, y que de nuevo, la pandemia lo ha potenciado. La pandemia significó para muchos un cambio en sus responsabilidades laborales, y que para algunos genero una sobrecarga o insatisfacción con su trabajo.

Desde mi perspectiva, el fenómeno de la renuncia silenciosa se manifiesta cuando la persona físicamente está en la organización pero su mente y su corazón no lo están. La gente se desconecta y deja de tomar en serio su trabajo.

A través de la historia del mundo laboral, diferentes generaciones de trabajadores han tenido diferentes manifestaciones anti-trabajo. Sin embargo, el aparente incremento de estas posturas pudiera significar un “alejamiento de la cultura del trabajo empeñoso y comprometido” necesario para el bienestar de las personas y de las sociedades.

«La renuncia silenciosa no se trata sólo de renunciar a un trabajo, es un paso de renunciar a la vida», escribió recientemente Arianna Huffington, fundadora de un startup de salud y bienestar

Debemos evitar un trabajo que no nos guste, o un trabajo desbalanceado y evitar que el trabajo sea el único propósito de vida; trabajando 12 a 14 horas diarias y que no nos quede energía o ganas para ninguna otra cosa. Se trata de hacer la cantidad “correcta” de trabajo y darle sentido a nuestra vida.

El riesgo de asumir una postura de hacer lo mínimo, puede producir un efecto de cambio de actitud, volviéndose uno menos interesado, menos productivo, más “perezoso” y perder nuestro empuje, ante el trabajo y luego ante muchas otras cosas de la vida.

La renuncia silenciosa, además del impacto individual, es muy dañina para los resultados financieros y el clima de la organización. Es desmoralizador para los trabajadores eficientes, comprometidos, ver a otros no esforzarse sin tener consecuencias.

¿Qué podemos hacer como líderes para ayudar en este proceso de cautivar, entusiasmar a los colaboradores? Estar cerca de las personas, escucharlos. Construir relaciones cercanas y que se sientan apoyados.  Involucrarnos, demostrar que estamos comprometidos con sus metas profesionales y personales. Ayudarles a querer su oficio.

 Actuar más como coach, como mentor, ayudar en el proceso de entender qué es lo que realmente necesita el colaborador y ayudarle a encontrar, dentro de la organización (o si fuera necesario, fuera), ese trabajo que les apasione, que esté en línea con sus capacidades, y que contribuya a la creación de valor.

Cómo colaboradores creo que hay que volcar la mirada hacia el interior,  ver hacia dentro de nosotros mismos, entender cuál es nuestro propósito. Recuperar el ímpetu, el entusiasmo hacia nuestra trayectoria profesional. Darle una oportunidad a lo que hacemos; cómo dice ese antiguo dicho, “sin importar el tipo de trabajo que hagas, hazlo con excelencia”. Seguramente con esta disciplina también aprenderás a valorarlo.

Si no puedes encontrar el oficio que te gusta, aprende a amar el que tienes…hasta que puedas encontrarlo.

Evita marchitarte, aviva el fuego que está dentro de ti, encuentra tu propósito y da lo mejor de ti.